Carta a una política de excepción

Muy Señora Mía,

Le escribo esta carta sin ninguna intención de ofender o de entorpecer su manera de pergeñar la política madrileña, pero dígame usted, sinceramente, si no haría lo mismo que yo si viera que alguien le intenta quitar lo que es suyo. Pues usted, muy Señora Mía, está quitando lo que es propiedad de otras personas.

Empezaré por decirle que, por mucho que a usted le pese, el poder ejecutivo es limitado (aunque según con cuáles políticas de descentralización de competencias nos encontremos) y temporal, sobre todo para aquellos que lo ejercen. Entiendo que usted haya nacido y se haya educado en aquellos gloriosos tiempos en los que mandaban siempre los mismos y los pobres eran esos a los que al salir de misa se les daba un real. Pero es que las cosas ya no son así y los bienes públicos son eso, públicos, lo que quiere decir que son de todos y no se deben vender a sujetos privados, generalmente, amigos.

Porque el que usted recomiende a su compañero y leal amigo, al que sólo le desea lo mejor y se deshace públicamente en halagos hacia él, que se deshaga de propiedades de todos los madrileños como consecuencia de una muy deficiente gestión del Ayuntamiento, no resulta del todo sensato. Es como si un toxicómano le coge la televisión a su madre para empeñarla y comprar más droga. El hecho de que su alma gemela no haya sabido hacer su trabajo y que ahora se encuentre en una situación delicada, no tenemos por qué pagarla los ciudadanos de la Villa de Madrid.

También, y con esto no le quiero robar más tiempo, muy Señora Mía, soy consciente de que dirigiéndome a usted haciéndole saber que lo que incita a hacer no es ni legítimo ni ético, es como intentar que un perro cante la Traviata. Pues qué le puedo yo pedir a usted, cuando tiene la firme intención de vender la Empresa Pública que nos lleva a todos el agua a nuestras casas. Que se trata de la única empresa pública que obtiene beneficios y que, con su venta, también gente muy relacionada que sigue coleccionando reales para dárselos a los pobres diablos a las puertas de las iglesias, podrá mercadear tranquilamente con la calidad del agua que bebemos, que es, en mi humilde opinión, de las mejores del mundo.

Sin más dilación, me despido de usted con un cordial saludo.

Firmado: Una madrileña.

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